Silvia nos contó su experiencia en el Centro Penitenciario de Alhaurín de la Torre (Málaga). Se acercó a este ámbito porque decidió realizar el trabajo que le habían pedido en una de sus asignaturas en este lugar. Y a pesar de que llegó al centro convencida de que no le permitirían el acceso, cual fue su sorpresa cuando sus puertas se presentaron abiertas para ella y su curiosidad. En cuanto a las instalaciones, le resultó muy curiosa la puerta de entrada, que se cerraba dejándote dentro, sin poder salir. Luego llegabas a un pasillo largo y un poco oscuro. El trabajador social que le concedió la entrevista respondió a todas sus preguntas, pero no le habló nada del educador social (para no variar). Por ello, volvió a contactar con la prisión y consiguió hablar por teléfono con un educador. Voy a comentar los aspectos que me parecieron más interesantes de todo lo que nos contó.
Fue curioso conocer que dentro del centro había 2082 internos, y que solo un pequeño porcentaje fuera de mujeres (sólo había 121). El número de trabajadores sociales era de 11, siendo uno de ellos el coordinador, figura que existe desde hace poco tiempo. En cuanto a los educadores sociales, el centro cuenta con 16, teniendo por tanto cada educador a su cargo entre 140 y 150 internos, cuando lo legislado es 50 por persona como mucho. Me llamó muchísimo la atención (y me hirvió la sangre) fue el acceso al puesto de trabajo de educador social. Cual fue mi sorpresa (o no tanta, porque no es algo novedoso desgraciadamente) que para optar al puesto de educador, tienes que realizar un curso de 4 meses en Madrid. No importa que seas historiador, pedagogo o cualquier otra carrera… No te exigen ser educador social diplomado, y poseer por tanto las competencias necesarias para realizar correctamente las funciones. Esto es algo que me llenó de rabia. A mí, y a todos mis compañeros. Fue en este momento en el que se armó en la clase un debate bastante interesante sobre el infravalorado papel del educador social, y el incipiente intrusismo profesional que existe en nuestra carrera. Eso duele…
Aparte de esto, Silvia nos planteó una gran cantidad de problemas que había descubierto en el centro, tales como la falta de espacios para que los educadores y trabajadores pudiesen realizar sus tareas, demasiados internos a su cargo, falta de
motivación por parte de estos últimos, la no existencia de un trabajo con la familia y el entorno del preso…

Este seminario realmente nos ha abierto los ojos en muchos aspectos, y principalmente nos ha permitido poner un poco de luz en un ámbito que estaba muy oscuro, además de darnos ánimo para reivindicar nuestro espacio y nuestro rol. Me alegro mucho, y agradezco, conocer un poco más a este colectivo que por ser tan cerrado no he tratado jamás. Siempre he pensado que no me disgustaría trabajar en un centro penitenciario, pero luego pensaba en lo que ello conllevaría y lo duro y peligroso que debe ser. Evidentemente, puras hipótesis sin confirmar son mis pensamientos… Sin embargo, gracias a este seminario he logrado conocer un poco más esta realidad y refutar o afirmar hipótesis. Es duro escuchar de la boca de Silvia que la reinserción de un preso es un hecho muy difícil, casi utópico. Siempre he creído en las segundas oportunidades, y afirmo rotundamente que todos merecemos una si luchamos por ella. Por ello, a pesar de esa utopía que se nos presenta y esa dificultad, creo que el papel del educador social es imprescindible, y absolutamente intocable, en el ámbito de las prisiones. Esa utopía, esas segundas oportunidades, deben venir de la mano de los educadores sociales, llevando a este colectivo a ganarse esa reinserción y a volver a vivir en libertad.
Me alegro de que el seminario te resultase útil.
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